28 de julio de 2015

Remanente


vagabundo




Remanente


El grupo abandonó abarrotado bar para ir en busca de más diversión vespertina. Cuatro jóvenes, dos chicas y dos chicos, que caminaban por las calles de la ciudad entre chanzas y bravatas, tan ajenos al mundo como solo puede serlo un grupo de adolescentes mientras se divierte. Estaba claro por su desinhibición que habían bebido y, por el volumen de su conversación, que lo habían hecho en un local con la música muy alta. Tanto reían y gritaban que apenas percibieron la figura que se les acercaba en la oscuridad de la noche.

Apareció ante ellos como un espectro, su rostro demacrado y endurecido, sus ojos muy abiertos y el gesto amenazador. Cubierto por harapos y apestando a cerveza, el hombre se plantó ante ellos y sostuvo su mirada. Semejante visión hubiera sido capaz de amedrentar a cualquiera, pero aquellos jóvenes estaban envalentonados por el alcohol y se le encararon. No vieron su constitución fornida. No vieron las cicatrices que surcaban su cuerpo. Tampoco vieron en sus ojos la fría amargura de quién ha visto apagarse muchas vidas ante su mirada.

El hombre entrecerró los ojos, de manera que lograba parecer sereno en su embriaguez. Antes de que pudiera responder, uno de los chicos se agarró el brazo izquierdo con fuerza y se desplomó. Sus tres amigos  tardaron varios segundos en reaccionar, incapaces de comprender qué había sucedido. Entonces empezaron a gritar pidiendo ayuda, a rezar y a llorar. La mirada del vagabundo perdió entonces su opacidad, se quitó la gabardina dejando a la visto unos brazos cubiertos de tatuajes e inició una reanimación cardiovascular. El hombre, cuyo rostro parecía el del hombre que fuera años atrás, empezó a gritar órdenes a los jóvenes para salvar la vida del chico.

Él se había dedicado a salvar vidas hacía mucho, tanto tiempo que parecía una eternidad. Lo había hecho hasta que empezó a ordenársele actuar contra sus vecinos en lugar de velar por ellos. Entonces dejó de ser un bombero, pero los tatuajes que se hiciera junto a sus compañeros todavía estaban estampados en tinta en su piel y también grabados a fuego en su alma.

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